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Sad María

En el carnavalesco teatro del mundo todos llevamos una máscara risueña. Pero cuando el acto acaba y desciende el telón del silencio, nos quitamos esa máscara frente a nuestro reflejo y nos quedamos, tan solo, con la triste desnudez del alma.


Con mi trabajo pretendo desvelar verdades ocultas y penas disfrazadas bajo caras almidonadas que ocultan la espantosa realidad. Trato de dar voz, mediante diferentes disciplinas artísticas, a esos fantasmas que no nos abandonan, que aparecen en cualquier momento del día y se apoderan de todo nuestro ser.


Mi intención es arrojar luz a aquellas personas que se sienten perdidas, atrapadas en algún lugar del mundo donde nadie las puede ver, implorando y preguntándose si alguien realmente las entiende. Intento dar una bocanada de aire a aquel que se esté ahogando, visibilizando nuestros peores miedos y la lucha interna a la que nos enfrentamos constantemente.

Ereshkigal

No únicamente en el reino de los cielos existe un Dios. En el inframundo, semejante al infierno cristiano, reina Ereshkigal. Sólo los más insensatos se atreven a traducir su nombre, y lo hacen de la siguiente manera: ‘Reina del Gran Abajo’ o ‘Señora del Gran Lugar’.

Nacida bajo lágrimas, fue raptada a temprana edad por el dragón Kur, que vivía en el inframundo. A pesar de todos los intentos de escapar y de rescate, nadie puedo hacer nada por ella, ni siquiera ella misma… Jamás pudo salir del inframundo, pero de ningún modo se dio por vencida. Pasaron los años y gracias a su fuerza terminó reinando sobre aquella cueva enorme, oscura y mugrienta, donde alimentaba a las almas condenadas a base de lo único que había en aquel lugar: polvo. Las sombras, la desesperanza, la bondad, la maldad… todo se volvía pálido con el pasar del tiempo y era esa, precisamente, la lucha más difícil a la que Ereshkigal se enfrentó. Una batalla constante, condenada al infinito, un combate perenne que marchitaba su alma destinada a convertirse en parte de la polvareda.

Ereshkigal era la deidad más respetada, aunque no la más representada, ya que cada estatua o representación de la Diosa le otorgaba a ésta más poder. Lo que la gente no sabía era que su corazón era puro, que las marcas de guerra de su cuerpo sangraban eternamente, negándose a cicatrizar, y que, a pesar de estar condenada a vivir perpetuamente entre las sombras, mantuvo el orden y se enfrentó a las fuerzas poderosas del caos, brindando calidez a las almas perdidas y asegurándose de que los muertos no regresasen al mundo de los vivos excepto en sueños; algo que, muy a su pesar, sólo podría evitar si su poder fuese mayor. Es por ello que el olvido era su máximo enemigo, la añoranza su incansable rival y la melancolía el más profundo de sus miedos.

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